Esta mañana, cuando he llegado al trabajo, mi compañera de al lado me dice: "este año lo tengo fatal para cogerme las vacaciones porque tengo que librar todo el mes de Septiembre para la adaptación de mi hija".
Pues sí, ahora resulta que los niños necesitan UN MES de adaptación al colegio!!!! Y no sólo eso, sino que encima, los padres deben ir con ellos a diario (algunas horas, al menos)!!!! Yo no salgo de mi asombro. Cuando yo era niño, recuerdo que los primeros días de colegio eran lo más parecido a los campos de concentración en los que los judíos entraban en las cámaras de gas.
El primer día de cole yo ya dormía mal por la angustia. Me levantaba de la cama, desayunaba y mi madre me obligaba a ponerme ese pantalón de pana granate que ella misma me había hecho; como si no fuera ya suficiente sufrimiento tener que ir al colegio!!! Sobra decir que la llorera y los mocos colganderos ya habían comenzado desde el punto de la mañana... Nos poníamos en marcha, de la mano, por si tenía la feliz idea de escapar.
Al llegar a la puerta del colegio, la imagen era desgarradora: todos los niños llorando desconsolados como si fueran a entrar en el corredor de la muerte. Sonaba la sirena de entrada (cuanto más lo pienso, más se parecía a Auschwitz) y todos los padres soltaban (o empujaban, según la necesidad) a su niño con cara de satisfacción. Y se iban a casa!!! Ni adaptación ni nada!!!! Es más, respiraban tranquilos porque por fin tenían varias horas para hacer lo que quisieran sin el torbellino de la casa dando el coñazo...
He de decir que la llorera y los mocos colganderos duraban más bien poco una vez entrado en clase. De hecho, tengo el recuerdo de que el colegio era bastante divertido en sus primeros años. Además, como no estaban tus padres para llorarles, no merecía la pena el esfuerzo...
Sobre las 5 de la tarde, cuando sonaba de nuevo la sirena (creo que tengo un pequeño trauma con aquella sirena), volvían las lloreras y los gimoteos: "mañana no quiero volver al cole!!!!".
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